La capilla del acantilado
Vagas sombras sobresalen por la arena de una larga extensión de tierra. El agua baña la orilla en su ir y venir lento. Ganando cada vez más terreno, subiendo de nivel. La poca iluminación que existe procede de la luna. Luz directa del cielo, reflejándose en el agua oscura.
Una criatura emerge de las profundidades, tras un breve espacio de tiempo. Sus grandes ojos se abren. Las pupilas, volviéndose como agujas, le permiten ver a través de la oscuridad.
Muy despacio avanza, desplazando su enorme cuerpo hasta la playa. Moviéndose por entre las sombras, busca alimento. El olor que se desprende de sus fauces es irrespirable para un ser humano. La gran cantidad de masa corporal, queda gravada en sus huellas. Sin embargo, a pesar de su gran peso, es rápido. Su sentido olfativo le avisa cuando las presas están cerca. No lo usa mucho, ya que al salir cada diez años a la superficie, siempre hay presas que caen cerca de la orilla.
Avanzando despacio, se acerca al lugar de su alimento. Deseando llegar al lugar para satisfacer su hambre. Una vez se acerca al acantilado, se esconde en una gran gruta. Y desde allí, espera el momento a que sus presas comiencen a caer.
El ruido de sus tripas, empieza a doler. Quiere salir e ir a buscar, pues nada cae. Los rayos del sol salen por el horizonte. Iluminando las aguas y las rocas, poco a poco ascendiendo hasta hacerse de día por completo. Ahora no puede salir. Debe permanecer oculto. Algo ha cambiado.
En otro lugar, las gentes del pueblo comienzan a despertar y salir de sus hogares. Esa noche, ya sea por precaución o superstición, todos se guardan en sus casas. Muchos se han marchado, dejando atrás su antigua vida por miedo. Unos se fueron, y otros ocuparon sus lugares. Les faltó preguntar sobre ese lugar y sus características especiales cada diez años. Y si lo hicieron, faltaron a su cita.
El sol permaneció en lo alto, y se fue ocultando poco a poco, dando paso a la luna. El gran astro blanco, permaneció poco alumbrando. Las nubes la ocultaron, creando un ambiente lúgubre. Parecía que la propia luna, quería avisar a los habitantes del lugar que no salieran y se quedaran en sus hogares.
Los aldeanos, necios, pensaron que el día señalado, finalizó sin tener que hacer ofrendas al acantilado. Y decidieron hacer una fiesta en el mismo acantilado.
En esos mismos momentos, dentro de la gruta, la oscuridad fue permitiendo la salida al oscuro ser que allí había permanecido. Ya no se podía permitir seguir esperando alimento, debía salir en su busca.
Una vez fuera de la gruta, se iba guiando por su olfato. Ascendiendo por un sendero que conducía al pueblo desde la playa. La noche le ocultaba de ser visto. A medida que se iba acercando, escucho mucho ruido que provenía de un lugar poco más alejado. Sin pararse apenas, cambio de rumbo.
La gente se encontraba bailando alrededor de una gran hoguera. Junto a ellos, un pequeño edificio (la capilla). La gran criatura avanzo hasta tenerlos cerca. Su gran cola le sirvió para golpear a unos pocos, fueron lanzados con gran fuerza por el acantilado. Otros en el intento de huir, se refugiaron dentro de la capilla. Que fue reducida a montones de escombros y cenizas.
Unos pocos, sirvieron de alimento al ser oscuro.
Bueno, no todos.
A pesar, de estar la capilla en ruinas, sirvió de refugio. No para muchos, pero sí, dio sustento.