viernes, 28 de noviembre de 2008


Aquel hombre en la estación

Las largas líneas
Que retardan el viaje
Siembran de humo
Los caminos polvorientos
Dibujando extrañas formas
Aquel hombre en la estación
Que tiritaba
Contempla con desencanto
A los que allí se encuentran
Pasea por la ciudad
Con el frío de las calles
Ausente de ser el protagonista
De estos versos
A ese perdido hombre
Que va sin rumbo
A una pequeña estación
De una ciudad de Lugo
Alimentando su sed
Con aquello que
Encuentra en el camino
Imaginando escapar en un tren
Se calienta brevemente
Con la estufa de aceite
Colocada en la pared
De la pequeña estación
Eludiendo por un momento
Al gélido y húmedo tiempo

El canto de las Sirenas

Te gusta el canto suave
de las sirenas
varadas entre las rocas
esperando tú muerte,
suerte para ti es
que las olas
apenas te mecen.
Yo espero cual gorrión
apostado en una rama
que el frío y la noche
hagan su llegada.
Observo y callo
quieto permanezco
a que la vieja parca
que susurra entre las sabanas,
haga su entrada triunfal
en la pequeña estancia
de un antiguo hospital,
para arrastrar las almas
de los que allí descansan.
Mente atormentada
que aparenta templanza
encontrándose en el umbral
a un viejo que se desangra.
Manchas rojas en las sabanas
paredes y suelos,
delatan con crueldad
el presagio de los duelos,
y es por ello, que se actúa
con rapidez y consuelo
de arreglar
todo el desarreglo.
Lagrimas de cristal
se congelan con el tiempo.